domingo, 28 de septiembre de 2008

PADRÓN


“Sólo veíamos unas luces mecidas por el viento. El Sar seguía su viaje en la noche. «La pequeña Francia», el país que cantó Rosalía, «el padrón» de la Barca Jacobea: dejábamos en la lluvia y el viento una de las más entrañables tierras gallegas.”

ÁLVARO CUNQUEIRO: El pasajero en Galicia

sábado, 27 de septiembre de 2008

CATOIRA


"El viajero que ha entrado en tierras pontevedresas cruzando el río Ulla en Puente Cesures, puede acercarse a Catoira a ver las torres que defendían la tierra contra el normando. Un obispo de Iría Flavia murió de saeta viquinga aquí, donde son los muñones que dicen Torres del Oeste."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Pontevedra-Rías Bajas

jueves, 25 de septiembre de 2008

A TOXA


"Luces no usadas vienen del mar. En la noche envuelve al viajero un silencio extraño y profundo, aunque pretenda turbarlo el viento que "funga" en los pinos, o el mar que rompe poderosas olas en la Lanzada. Y desde la calma restauradora de La Toja, el viajero puede contemplar la boca de la ría, el pintoresco Grove, los caseríos de la parroquia de Villalonga, Cambados y Villanueva, y la isla de Arosa. En la tranquila noche la isla parece haberse hecho a la mar, parcela de tierra navegante como una de las Floridas medievales, o la isla de San Brendan. Una brisa tibia y perfumada saluda las frentes de los que en la isla van."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Pontevedra-Rías Bajas


domingo, 21 de septiembre de 2008

CAMBADOS


"Cualquier día del año es bueno para ir a Cambados. Florece en invierno la camelia en los cerrados huertos. Es Cambados una buena posada para comer los peces de la mar de Arosa, y los mariscos, acompañados de un albariño galán. La cocina cambadesa es de primera calidad, con su pulpo, sus empanadas de xouba o de croques, sus tartas de almendra. En Agosto, en el parque del pazo de Bazán, donde son árboles seculares que vieron pasear a la señora condesa de Pardo-Bazán, se celebra el concurso del vino albariño, y acuden a él albariñenses de toda Galicia. Y tras la cata postrera, que dice cuál vino albariño del año es el mejor, el sol, que asistió a la fiesta, se despide de Cambados vistiéndose en el horizonte con largas gasas carmesíes, que ponen sus reflejos en los arcos inolvidables de Santa Mariña."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Pontevedra-Rías Bajas

martes, 16 de septiembre de 2008

COMBARRO


"De Combarro, dice Otero Pedrayo que no hay pintor ni aguafortista gallego que no haya intentado recoger el encanto de las casas labriegas y marineras a la vez, de las estrechas ruas empedradas en las que el carro de labranza y el arado descansan al lado de la dorna, el grano de maíz junto al alga marina. Hasta las aguas de la ría llegan los hórreos, donde los de Combarro guardan la cosecha agraria, al estilo de las gentes palafíticas de antaño. La onda marina muere dulce junto a las fuertes patas del cabozo."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Pontevedra-Rías Bajas


sábado, 13 de septiembre de 2008

A LANZADA


"La ola negra y bordeada de espumas se levanta para tragarlas y sube por la playa, y se despeña sobre aquellas cabezas greñudas y aquellos hombros tiritantes. El pálido pecado de la carne se estremece, y las bocas sacrílegas escupen el agua salada del mar. La ola se retira dejando en seco las peñas, y allá en el confín vuelve a encresparse cavernosa y rugiente. Son sus embates como las tentaciones de Satanás contra los Santos. Sobre la capilla vuelan graznando las gaviotas, y un niño, agarrado a la cadena, hace sonar el esquilón. La Santa sale en sus andas procesionales, y el manto bordado de oro, y la corona de reina, y las ajorcas de muradana resplandecen bajo las estrellas."

RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN: "Flor de santidad"






"Pero muy cerca, en la parroquia de Noalla, existe una playa en la que las olas tienen tanta virtud mágica como medicinal tengan los lodos de La Toja. Es la Lanzada, fuera de la ría, en la costa oceánica. Ocho kilómetros largos de playa, golpeada sonoramente por el Atlántico. En ciertos días, tomando las mujeres estériles, a las doce de la noche, un baño de nueve olas, se convierten en fecundas. Nuestra Señora de la Lanzada, desde su ermita, presencia el rito, que ilumina la luna llena. Dicen que donde se alza ahora el santuario, hubo un faro fenicio, para ayuda de los que navegaban al trato del estaño, luego romano y más tarde fortaleza del obispo Sisnando contra normandos. Pasaron los siglos y los reinos, pero María está allí, protegiendo a las bañistas de las nueve olas. El océano, cuando el sol se pone, se tiñe de verde, y los labios reconocen el amargo de la sal marina. Cerca de la ermita, en recientes excavaciones, han sido encontradas sepulturas antropoides. Quién sabe de qué gentes, que han querido enterrarse en la vecindad del Mar Tenebroso, escuchando su voz, monótona y majestuosa."

ÁLVARO CUNQUEIRO: "Pontevedra-Rías Bajas"

miércoles, 10 de septiembre de 2008

O CORPIÑO II



"La Virgen del Corpiño cura a los atabanantados del país, a los poseídos por el demonio, a los maníacos furiosos. Es una romería extraña, y a veces espeluznante. La Virgen del Corpiño sosiega a los ofrecidos, y hay quien confiesa haber visto, desde la alta torre del templo, huir por los caminos a demonios plurilingües, dejando un rastro de azufre en el aire."

ÁLVARO CUNQUEIRO: "Pontevedra-Rías Bajas"




sábado, 6 de septiembre de 2008

O CORPIÑO I




"En el tiempo de las fresas -que en el Ulla llaman "frezes"- Florinda, que era la rapaza más bonita y graciosa de Paizás, iba a cogerlas al fresal y, coronada con ellas, bailaba en la primavera. Yo la veía bailar, mientras que el jardín se volvía cada vez más limpio con los chaparrones verdes de mayo. Subía un aroma embriagador a ozono y a fresa mojada y, en la dulzura de la tarde, sonaba, sobre el verde recién lavado de los bojes, más clara la sonata amarilla de los mirlos.

Pero Florinda, a veces, se ponía muy triste y la daban unos ataques que la privaban del sentido; entonces comenzaba a hablar en un lenguaje extraño que nadie comprendía. Los médicos no acertaban con el mal y Margarita de Vaamonde, la abuela de Doloriñas de Noceda, que era saludadora, y el brujo de Tribaldes con ella, concordaron que tenía el "Ramo Cativo", y que lo mejor sería llevarla al Corpiño, en el día del glorioso San Juan.

En el día señalado, y aún con bastante noche, que de Paizás a Nuestra Señora del Corpiño, que queda más allá de Silleda, hay sus buenas seis leguas de andadura, aparejaron la yegua y se puso la madre de Florinda, porque el padre había muerto hacía años, bajo las estrellas con la rapaza en camino. Yo iba también, porque nunca había estado en el Corpiño, y me habían dado permiso en casa. Nos acompañaba el señor Ramón, el viejo criado nuestro, de quien hablé, que llevaba, para cubrir bajas, como decía, a su famosa burra de la que era inseparable. El señor Ramón iba de espolique con una vara de avellano en la mano contándonos los peligros y las tribulaciones que había pasado de mozo en las Américas, e historias de ladrones y aparecidos que le daban mucho miedo a Andresa de Cancelas, la madre de Florinda. Esta iba encima de la yegua sin hablar nada, y su madre aseguraba que tenía fiebre.

Ya pasada la puente Ulla, nos encontramos con otras gentes que iban ofre cidas al Corpiño: un viejo blasfemo que llevaban encima del caballo, unos niños que parecían de cera; una mujer que se arañaba toda la cara y escupía pelos por la boca, y otros enfermos. Comenzaba a amanecer, entre los cantos indecisos de los primeros pájaros.

En el cielo se dibujaban unas rayas asíntotas, como de leche, pero la noche aún subía de la tierra húmeda, con sabor a pantanos, hierbas y hojas mojadas. Después el cielo comenzó a ponerse ropas brillantes, amarillas y coloradas, y las casas del valle y las montesías se desperezaron elevando el humo hacia los primeros rayos.

Nos lavamos la cara en una fuente, en la que echamos hierbas de la mañana de San Juan, y poco después avistamos el Santuario. Entonces Florinda empezó a gritar, lanzando palabrotas y pecados contra la Santa, y hubo que sujetarla bien, pues se quería tirar de la cabalgadura, mientras el viejo blasfemo se puso a su vez frenético. Costó mucho trabajo, igual que acaecía con otros enfermos, hacerlos entrar en la iglesia, donde ya llevaban toda la noche diciendo misas. La algarabía era increíble; en tanto unos lloraban y blasfemaban, otros cantaban y se desmayaban, mientras un fraile corpulento, por encima de toda aquella tolería, lanzaba asperges de agua bendita y exorcismos.

Yo comencé a marearme, y tuve que salir a la puerta a respirar, ayudado por el señor Ramón; que no era nada fácil penetrar en aquella muchedumbre implorante, vociferante y sudorosa, apretada como si fueran perdigones.

Terminada la misa, Florinda echó un burujo de pelos por la boca, y se quedó traspuesta como en trance. Con mucho trabajo la sacaron al atrio, donde se iba a organizar la procesión presidida por Nuestra Señora del Corpiño, muy puesta en el anda, rodeada de exvotos, y con muchos billetes prendidos con alfileres en su manto. Detrás había otros santos, entre los que destacaba la milagrosa Santa Eufemia, San Julián, San Roque, con su pequeño perro, lamiéndole la herida abierta de la pierna...

Luego, tras los clérigos y el robusto fraile predicador, tocó la banda de Silleda, con sus alabados músicos, de guerrera desabrochada y un pañuelo por debajo de la gorra, por aquello del calor, que era por cierto mucho. Por último, los ofrecidos y ofrecidas, muchos arrodillados, fueron cantando en la procesión los gozos y letanías del Corpiño. Comimos, bajo la sombra refrescante de los robles antiguos que rodean el Santuario, las viandas que habíamos traído con nosotros, y picamos a modo de regalo en el pulpo de media cura que se cocía en las grandes calderas de cobre de las orondas y encendidas pulpeiras de Carballino. Aquel pulpo, con su punto de pimentón picante, acompañaba muy bien al fresco vino del Ulla. Florinda comió muy poco, pero estaba tranquila y hasta sonreía, con aquella sonrisa que tenía cuando bailaba, coronada por las fresas.

Regresamos con el sol poniente, porque el señor Ramón encontró a viejos compañeros de sus años de emigración y no había modo de arrancarlo de allá. Estaba pegado al toldo del puesto, bebiendo cafés y copas, "como si fuera un alcalde", según decía, admirada, Andresa de Cancelas.

Salimos por fin camino de Paizás, a donde llegamos tardísimo por culpa de la bebedeira del señor Ramón, que se paraba a veces, y hacía parar a los caballos, y se ponía a escuchar, como los indios, con la oreja contra el suelo, para oír unos imaginarios ladrones que se aproximaban, según recuerdos de la pampa argentina.

En casa estaban muy alarmados cuando llegamos, y decidieron que siendo tan niño no debían confiarme en el futuro a viajes largos con el señor Ramón, que era muy bueno pero tenía poco sentido. Llegué muerto de sueño pero me di cuenta de la conversación de los mayores y me quedé contristado, por gustar mucho de la compañía y de los cuentos del señor Ramón, aunque éstos últimos podría seguir oyéndolos en el lar, lo que no dejaba de ser un consuelo.

Florinda, desde entonces, quedó curada, y no volvió a tener ataques. Alababan todos al Corpiño y la buena idea de haberla llevado allí."

JOSÉ MARÍA CASTROVIEJO: "Memorias de una tierra"



"El libro tiene esa melancolía de fondo de todos los libros de memorias de infancia y juventud, pero el autor descubre en las páginas todas esas cosas que cuentan formaron parte de su aprendizaje de hombre, y de una manera u otra están el él, vivas en cuanto una vuelta de memoria las toca. Y esto es lo que da tono al libro, el saber que a la par que una invención literaria hay una realidad humana, la de Castroviejo y sus criaturas, en un paisaje dado, y que conserva una ensoñadora felicidad."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Prólogo a Memorias de una tierra.

martes, 2 de septiembre de 2008

BRUSELAS



"Entonces, si St. Michel no es el centro, porque la ciudad hace mucho que dejó de llamarse al sagrado de la catedral para encontrar protección, ¿está el centro en la Grand-Place que, al fin y al cabo, fue el santuario de la nueva religión? En cierto sentido, sí. La Grand-Place, que alberga el ayuntamiento y las casas de los gremios más importantes, es algo así como el centro histórico de Bruselas. El problema es que los urbanistas que, a lo largo de los siglos, han puesto manos a la obra de remodelar Bruselas, parecen haber dejado de considerarla parte del tejido urbano. Durante el siglo XIX aíslan la plaza y sus alrededores del resto de la ciudad mediante grandes avenidas, supuestamente más acordes con el carácter de gran ciudad de la capital belga, de tal manera que la unidad de la Bruselas antigua se ve desmenuzada. No es que desprecien la Grand-Place; al contrario: la admiran, pero no como parte viva y activa de la ciudad, sino como monumento. La tratan como si fuese una fuente barroca o un obelisco. Es un lugar de visita, pero carente de funciones. Los comerciantes, que han desbancado a los artesanos, ven en ella la historia, pero no el presente."


JOSÉ OVEJERO: "Bruselas"